Federico Gutiérrez-Larraya, cardiólogo infantil: «La inteligencia artificial ha sido la causante de que tuviésemos vacunas tan pronto»

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Federico Gutiérrez-Larraya Aguado es jefe del Servicio de Cardiología Pediátrica del Hospital Universitario La Paz. Además, es el responsable de la Unidad de Cardiología Pediatríca Fetal y Cardiopatías Congénitas del Hospital Ruber Internacional. Desde hace 30 años veranea en su casa de Ribadeo. Su labor se centra en ofrecer más calidad de vida a los niños que sufren cardiopatías congénitas.

Descubre más en su web de divulgación, CardioKids.

¿Cuál es su relación con Ribadeo? 

Tengo una casa en el paseo marítimo, que ahora se llama Alfonso Rodríguez Castelao. La compré hace ya 30 años, cuando el paseo marítimo era solo un camino de tierra. Todo era completamente diferente, mucho más naíf. No solamente el puerto, también el pueblo era distinto. Muchas calles que ahora son peatonales antes eran de circulación. Estaba todo desordenado y lo he visto crecer. Vinimos aquí un poco por referencias familiares. Ya habíamos alquilado casas por la zona, por ejemplo en Rinlo, pero encontré una casa buena, bonita y barata y la compramos. Desde entonces veraneamos aquí, aunque también vengo en Semana Santa, conozco el pueblo en invierno, es un lugar de descanso para mí. Y ahora, con la posibilidad del teletrabajo, todos los días le dedico un ratito. 

Su abuelo fue un importante pintor, su abuela también era artista, su tío era traductor y su padre era director de fotografía…

Mi abuelo se dedicó a la pintura y al cine. Fue el primero que editó una revista de cine aquí en España, cuando empezaba el cine, porque estamos hablando de 1910. Era ilustrador del ABC y un gran aficionado al cine, además de un pintor muy reconocido. Mi abuela se dedicaba más al repujado, al cuero y a la decoración con telas. Mi tío era historiador y traductor, especialista en lenguas muertas. Tradujo un libro esencial en Matemática como es La teoría del caos. Mi padre, efectivamente, era director de fotografía y fue galardonado con un Goya. La película más conocida en la que participó fue La Cabina, de Antonio Mercero. 

Normalmente usted salva vidas, trata cada año a unos 500 niños con patologías importantes del corazón… ¿Cómo es su trabajo? 

Yo me dedico a todo lo que sean enfermedades del corazón de los niños, muchas de ellas congénitas. Y otras muchas que vienen de cosas insospechadas. Mi vida es trabajo desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde. Luego está el trabajo intelectual, ya que estamos muy comprometidos con la investigación. Fuera de ese horario, los fines de semana, las fiestas, las vacaciones… están muy dedicadas a la investigación, a planificar y a analizar el dato. En el hospital en el que trabajo, además de la Cardiología Pediátrica, soy el Director de Innovación y de Formación Digital, mis competencias son la inteligencia artificial, el big data, la telemedicina, el 3D, las impresiones… así que no tengo tiempo para nada.


Pero en marzo de 2020 le salvaron a usted, fue usted el paciente…

Fue algo bastante dramático. A veces también somos pacientes, pero no es lo mismo en medio del covid-19. Cuando yo ingresé no se tenía todavía ningún conocimiento de nada. Era la primera ola, me contagié cuando cerraron Milán. Me cambió la perspectiva de la vida. Sin recursos y sin contacto de ningún tipo con la familia. Llegué incluso a hacer el testamento, estaba totalmente aislado y con un pequeño bolígrafo dejé por escrito mis pensamientos. 

¿Cómo le cambió la vida el covid-19? 

El covid-19 ha sido muy duro, como enfermo y como médico. El hospital se transformó en una especie de tsunami. La Paz tiene mil camas y, de esas mil camas, 40 son de cuidados intensivos. Este es el funcionamiento normal. En esa época teníamos 1.800 camas y mil eran de UVI. Las necesidades se multiplicaron por 50. Vivíamos con los estadillos, por horas, viendo cuántos pacientes habían fallecido, cuántos habían ingresado… y tuvimos que apañarnos con los recursos que había. Recursos también de conocimientos porque no sabíamos nada y eso era importantísimo para nosotros. Aprendimos los problemas pulmonares sobre la marcha, no lo vimos venir. Como paciente me di cuenta de los problemas y preocupaciones que tienen los usuarios y las familias, de una forma intensa. Sobre todo los problemas de comunicación médico-paciente, que son enormes. Las personas confían mucho en nosotros y delegan lo que más quieren, su vida y las de sus familiares. 

Nosotros actuamos técnica y científicamente y esto nos lleva a estar preparados para tener competencias con las manos y con la cabeza. Pero tenemos que desarrollar las competencias de comunicación, porque corremos el riesgo de tener grandes éxitos científicos y fracasos en lo personal. Para mí fue un shock y una piedra sobre la que apoyar y hacer palanca para tratar de cambiar la comunicación. Cuando hablamos de comunicación, pensamos siempre en comunicación entre colegas, cómo llevar nuestra ciencia a otros profesionales. Pero ahí adquirí la responsabilidad de comunicar a la sociedad, con otras palabras y otros medios —no son las revistas científicas ni las ponencias en los congresos—, es un déficit que tenemos. Por eso precisamente estoy creando una página web, un vehículo que puedan utilizar pacientes y familias con el que puedan entender qué está pasando. Con información de calidad, pues también hay que enseñarle a la sociedad a filtrar y a saber separar lo bueno de lo malo, a pensar de manera crítica. 

Se dijo mucho que la pandemia nos haría mejores, ¿es así? 

Yo creo que sí, yo soy optimista. El covid-19 nos ha traído más cosas malas que buenas, pero hemos sido capaces de sacar algunas cosas positivas: la forma de comunicar, de saber concentrar recursos, nuestros protocolos están mucho más adaptados a la realidad y tenemos capacidad para “adelgazar” y “engordar” dependiendo de las necesidades. Vivimos en un mundo más “orgánico”, lo que antes se llamaba sociedad “líquida”, y eso antes no lo teníamos. 

¿Cuál es la relación del covid-19 con las patologías cardíacas? 

El covid-19 tiene dos cosas en relación a la interacción del virus con el ser humano: una es la afectación directa por la propia infección y, otra, la respuesta del individuo, que no necesariamente es armónica con el grado de infección; es decir, que puedes tener una infección leve que produce una respuesta en el individuo no satisfactoria, exagerada. El virus es el desencadenante de una enfermedad que se va a quedar en el individuo y está en relación a su propia inmunidad. Esa inmunidad no distingue ya al virus, confunde las células del propio organismo con células externas y las afecta. Entonces, tenemos afectación de muchos órganos, tejidos y sistemas por el sistema inmune del propio individuo. 

Esto se relaciona con la inteligencia artificial, que ha sido la causante de que tuviésemos vacunas tan pronto. El premio Nobel y el reconocimiento científico del año del covid-19 no fue a la vacuna, fue a los sistemas de fabricación de esas vacunas que vienen de la inteligencia artificial. Es una cosa que parece lejana, pero lo tenemos aquí y lo usamos en nuestro día a día. Con estas nuevas herramientas intentamos comprender cuál es ese funcionamiento del sistema inmune del propio individuo, que es el que se confunde y ataca a las células sanguíneas, al tiroides, al cerebro, al corazón, al hígado… Los sistemas actuales nos permiten profundizar entre lo que es la propia genética del individuo —buscando por qué responde de esa forma— y el resto de ómicas (metabulómica, proteinómica, etc.). Intentamos ver el solapamiento de todas estas ramas de la ciencia para entender el sistema inmune. Todo esto lo ha traído el covid-19, hubiera sido preferible no tenerlo, pero dentro de una lectura optimista esto nos ha hecho avanzar mucho. Hay muchas enfermedades que, de forma colateral, se van a beneficiar de estos conocimientos. Enfermedades como el alzheimer o el parkinson, que son enfermedades que ahora sabemos que vienen de un mal plegamiento de las proteínas. Y esto lo hemos aprendido a partir de la época del covid-19 y gracias a la inteligencia artificial.