La historia de Inés Castro, nueva Mujer del Año de Salas: ochenta años y diez hijos que sacó adelante «vendiendo leche de vaca»

Inés Castro, la homenajeada, junto con su familia.

«Toda la vida trabajé como una burra», cuenta la salense, que recibirá un homenaje por parte del Ayuntamiento, en una fecha aún por determinar

Aunque actualmente vive en Salas, la vida de Inés Castro Fernández está, desde siempre, vinculada a los pueblos. Nació en uno de Valdés, en Villagermonde, el 3 de julio de 1945, a los quince años se mudó a Biescas y, ya junto a su marido Africano, también residió en Faedo, en el concejo de Salas. Un municipio que la ha nombrado, este sábado 8 de marzo, Mujer Rural del Año 2025, «por su enorme sacrificio de vida».

En concreto, el jurado eligió la candidatura de Castro entre otras cinco, «todas ellas merecedoras del galardón», por su ejemplo, criando «un gran número de hijos y luchar toda su su vida para sacarlos adelante, en unos tiempos que ya eran muy difíciles de por sí», destaca el comité elector. Ahora, a sus ochenta años y como vecina de la villa, «empecé a vivir», reconoce ella.

Hija de Celestino y Beatriz, era una entre cinco hermanos. «Desde bien pequeña, compaginaba los estudios con la ganadería familiar, hasta la edad de quince años, cuando se mudó al caserío de Belarmino por los próximos cinco años. Como trabajo, le fueron encomendadas todas las tareas relacionadas con el hogar. Y fue allí donde conoció al que fue el gran amor de su vida: Africano. Con él vino a Faedo de Lavio», cuentan sus allegados.

Inés, acompañada por Africano, el gran amor de su vida

Tras el nacimiento de sus primeros hijos, Joel, Ana, Juanjo, Montse y Mari Cruz, ambos lograron su primer hogar, Capilara. «Era una casa que no tenía agua potable, ni siquiera cocina, pero donde criaron a sus hijos con la mayor felicidad. Solo había un dormitorio y tres camas, pero no fue impedimento para dar la bienvenida al resto de sus hijos, Kin, Toñi, Tere, Víctor y Bea, y vivir los doce como la gran familia que siempre formaron», destacan en Salas. El sustento económico para tantos dependía, entonces, «de la leche que vendían de dos vacas heredadas por su marido, que también se dedicaba a la madera y a las siegas de los calurosos veranos de Torrestío, en Castilla».

Siendo tantos, no bastaba. «Las deudas agolpaban la puerta de casa y, por eso, sus hijos tuvieron que irse, uno a uno, desde bien jóvenes. En 1994, entre los doce integrantes de la familia, adquirieron una vivienda en Salas para ella, su marido y la pequeña de los hijos, Bea. Pero no fue hasta la muerte de Africano, a la corta edad de 54 años, cuando decidieron mudarse finalmente a Salas», detallan sus conocidos.

En la villa, conoció a las que fueron sus mejores amigas, Humildad y Clementina. Y hasta le dio otra oportunidad al amor con Julio, un andaluz que llegó retirado en Cornellana. Cuenta Inés que «toda su vida la dedicó a trabajar como una burra» y que se siente muy feliz porque pudo ver a todos sus hijos crecer y labrar sus propias vidas. También dió la bienvenida a varios nietos y a su bisnieto Carlitos «que le devolvió la alegría y fortaleza para seguir en pie».